
Mundial de Rusia 2018

En mi familia siempre nos ha gustado el deporte, tanto practicarlo como verlo. Con gran orgullo les cuento que mi madre sigue jugando voleibol y, de hecho, el día que escribí este post ella se encontraba en un Campeonato Nacional de Voleibol en Aguascalientes, México. Mi padre lleva más de 20 años corriendo. Nos gusta todo: los Juegos Olímpicos, las Olimpiadas de Invierno, el Mundial de Futbol y la Eurocopa, por mencionar algunos. De entre todos destaco el Mundial de Futbol porque empecé a ponerle atención y disfrutar de los partidos cuando tenía 9 años, durante el Mundial de Estados Unidos 1994. Veíamos todos los eventos posibles sin importar la hora y al día siguiente íbamos desveladas a la escuela, los únicos días que mis padres nos permitían desvelarnos (oficialmente).
Si el partido se juega a una hora razonable, gritamos de emoción y se escuchan nuestros gritos hasta la calle. Con alegría recuerdo una vez que mi hermana Gloria llegó a casa preguntando: -¿quién metió gol?- a lo que preguntamos que cómo se había enterado si venía caminando por la calle (en ese tiempo ninguna teníamos celular), a lo que contestó: – es que cuando venía caminando, una de las vecinas me dijo que corriera a casa, que alguien había metido gol porque escuchó a mis hermanas gritar. Fue ahí cuando supe que éramos apasionadas (o más bien gritonas) de verdad.
Este mundial ha sido una experiencia nueva. Mi primer mundial como mamá. Pasaban tres partidos casi a diario y los podía ver todos, así que nos preparamos mi esposo y yo para la ocasión: pusimos las banderas de nuestros equipos favoritos en la pared (ninguno pasó de los octavos de final), en la puerta del salón pegamos el calendario de juegos y compramos bebidas con y sin alcohol. Sin embargo, lo distinto esta vez es que ya no estuvimos tan atentos a los partidos como antes porque ahora toda nuestra atención estuvo puesta en una pequeña personita y ni hablar de que teníamos que contener nuestras emociones (una vez se me salió gritar -¡No! y el bebé se asustó y se puso a llorar), así que vimos los partidos en calma, sentados en el sillón y nos quedamos con las ganas de gritar a todo pulmón: ¡Gooooooooool! En ausencia de gritos tuvimos la presencia de canciones infantiles como ruido de fondo, saltitos, sonrisas, carcajadas y las pedorretas de nuestro bebé.
